Élites: Normas bien vistas para joder al pueblo

(A partir del minuto 2:00)
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Parte A: De lo esencial que se consideran las élites

Existe entre algunos sectores sociales la firme creencia de que algunos seres humanos, iluminados por la voz del más profundo conocimiento, son fundamentales en cada aspecto de la vida. Su palabra ha de recomendar la mejor opción y censurar las barbaridades que el vulgo acometería sin su sacrosanto consejo. Obviamente, el ser humano ha vivido en un periodo de oscurantismo que se ha disipado con el nacimiento de la Sabiduría que han traído. Parece mentira que la humanidad haya existido sin su guía y consejo.

Las élites, esos conjuntos de personas que se dedican a vivir tras torres de mamotréticos manuales, en glamurosas fiestas, congresos mundiales o avanzadisimos laboratorios, son l@s custodi@s de lo correcto. La praxis que recomiendan es la que separa la paja del grano, el culto del ignorante, el listo del tonto, el decente del indecente, el dandi del zarrapastroso ¡Qué sería de nosotros sin el valioso consejo del psicólogo que no necesita escucharte para decir lo que tienes que hacer! ¡Y sin el médico que cure nuestro cuerpo para que no tengamos que preocuparnos de saber ni donde tenemos las uñas de los pies! ¡Como desdeñar la relevantisima función del letrado de las lenguas que evita que caigamos en el terrible uso de los vulgarismos! ¡Como vivir sin haber escuchado antes las fundamentalísimas opiniones de los críticos de cine y arte! Sin todas estas personas de rigor que nos mantienen en el buen camino ¿que sería de nosotr@s?

Obviamente estaríamos perdidos en las tinieblas de lo académicamente incorrecto. Es decir, buscaríamos por nosotr@s mism@s lo que nos sería más natural y útil. Vamos, que seriamos personas felices y plenas. Pero menos mal que tenemos a las élites para que esta cosa tan nefasta ocurra. Es infinitamente más sensato atender a un modelo de conducta que sin pena (bueno, toda la de estar actuando de una forma prefabricada que te desvía de ti mismo@) ni gloria (vale, eso si, gloria, honores y reconocimientos todos los que hagan falta) nos pauten cada pasito hacia la dignificación social.

Pero no tas las élites atienden a los mismo principios, no equivoquemos la diversidad de finalidades en tan relevante casta, aunque sus orientaciones y finalidades se entremezclen. Las élites tradicionalistas, encargadas de que las formas se perpetuén, para que su visión del mundo sobreviva ad secula seculorum aunque no haya ninguna razón sensata para que sea así. Las élites del buen gusto y la sensibilidad no se nos pueden olvidar. Sus encarecidas recomendaciones sobre que ver, hacer y decir son un pilar fundamental para que estemos centrados en artificialismos vacíos y sin sentido. El tercer tipo es la élite ética. Sus dictados son fundamentales para saber que forma de afrontar el mundo es la más correcta y para localizar a l@s seguidor@s de otras perspectivas para aniquilarl@s y evitar que su corruptela manche el mundo.

Parte B: Del efecto real de las mismas

Fundamentalmente uno: el pueblo ha quedado desposeído de voz, dignidad y voluntad. Existen dos mundo separados, uno humillado y sometido al otro, el plano de lo cotidiano de rodillas frente al de lo excelso. Las vivencias diarias y comunes son consideradas menos importantes que las que otras personas, encumbradas por la fama o los estudios, pueden experimentar. Las expresiones del sentir popular son vistas como bajunas, ridículas e ignorantes, se manifiesten estas en formas artísticas, vivenciales o de creencias.

Mantenerse en el plano de lo cotidiano y lo sencillo se supone como una carencia de aspiraciones, ya que lo dignificante es buscar la relevancia en los ámbitos que previamente se han tomado como referenciales. Esto, como no podía ser de otro modo, conlleva la imitación de ciertas pautas para pertenecer al grupo de l@s enaltecid@s y huir de lo pauperrimo y ridículo. Obviamente todo esto tiene una serie de implicaciones profundas y perjudiciales.

El acceso a las élites supone siempre dar de lado a una realidad concreta, con el consecuente desprecio. No es nada frecuente que esto desenvoque en la deshumanización de quienes pertenecen a ese estrato supuestamente inferior. En el peor de los casos, se considerarían solo como mano de obra, ciudadanía de segunda, bestias que controlar y sacrificar si es necesario para el bien común. En el relativamente mejor de los casos, pobres personas descarriadas e ignorantes que requieren del la guía y ayuda de la élite en cuestión para despertarles a la verdadera realidad e instruirles.

Una cuestión que es origen y a la vez consecuencia de esto es la irresponsabilización de la ciudadanía. Aunque es indudable que l@s profesionales son de una necesidad inestimables, ya que han dedicado su vida o parte de la misma a desarrollar un tipo de práctica, nos hemos abandonado a la comodidad de la institucionalización de las necesidades. Toda persona debería tener la posibilidad de entrenares en el conocimiento de si mism@, los demás y el mundo, ya que esto y no cualquier otra cosa son los fundamentos del desarrollo personal y la felicidad. En lugar de esto, cualquier cuestión que tengamos que atender requiere del asesoramiento de algun/a expert/a en quien depositamos la responsabilidad de tomar las decisiones que a cada sujeto le correspondería. Esto atañe a casi todas las necesidades imaginables; salud, aprendizaje, gestión económica, relaciones personales, etc.

Además, no se pretende una exploración propia y personal, sino que atendiendo a la visión de que un grupo de personas posee un conocimiento y una práctica virtuosa por encima de la del resto, instruimos a la ciudadanía en ciertos ámbitos para que avancen en el camino que otr@s han marcado. Esta desviación de la responsabilidad de decidir por si mism@ y desde la individualidad dentro de una colectividad concreta convierte al ser humano en una marioneta cuya atenciones y esfuerzos se orientan a cuestiones ajenas que no emanan de si mismo.

La consecuencia última de esta división entre populacho al que repudiar y élite a la que imitar junto con la desaparición de la búsqueda del autoconocimiento y la autogestión es desastrosa. Ésta no es otra que un mundo en el que pequeños grupos de poder con intenciones aviesas han dictaminado cual debe ser la opinión pública, los objetivos de la ciudadanía y el curso de la historia.

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