La farsa de los celos

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Existe en nuestra sociedad una bien cimentada cultura de los celos. No solo por los grados de intensidad, sino por la variedad de manifestaciones que podemos ver y por las fuentes que lo alimentan. En la construcción de celos influyen varias cuestiones que se malversan al ser unidas con unos intereses particulares. El cine, la literatura, la música, todo viene a confluir en la imagen de un amor puro, eterno, sin diferencias, perturbaciones o tercer@s. Un amor inmaculado que todo lo puede por el simple poder de querer. Este dibujo de las relaciones de pareja, para el gusto de los idílicos, se estropea y retuerce con las vicisitudes de la vida real. Pues bien, hermanos y hermanas, no hay mayor sarta de embustes, prejuicios, daños y conservadurismo que en este conjunto de supuestos.

La visión idílica e idealizada del amor, lejos de ser una hermosa experiencia es una dominatrix con arnés de cuero que sodomiza sin gusto ni alegría a quien la pretende. Esta forma de vivir las relaciones de pareja obliga a que las cosas se manifiesten y sean de una manera muy concreta. Cualquier alternativa a este proyecto precreado socialmente son vistos desde esta perspectiva como carencia de amor suficiente o como un defecto personal en la persona que no quiere o puede llevarlo a cabo. A pesar de que se reviste de emociones positivas y cuentos de hadas, resulta extremadamente reaccionaria y dañina, ya que ancla la interacción entre las personas en una forma ya obsoleta, sin permitirse reflexión crítica alguna o reformulación para adaptarla a las personas que se encuentran en ella. Esta forma de amar, ajena a las diferencias individuales, a las circunstancias y a cualquier alteración, resulta ser un camino ascético impracticable, ya que exige todas sus premisas desde el primer momento.

Su conjunto de molestares no se queda aquí, ya que la relación entre las personas no es igualitaria. Existen unos roles que han de cumplirse punto por punto. No he dicho hombre y mujer ya que esto también afecta directamente a las relaciones lgtbi. La perspectiva patriarcal de esta sociedad tiene ha realizar la estúpida pregunta que se basa en confundir sexo y género ¿Pero de vosotr@s un@ tiene que ser el hombre y otr@ la mujer, no? Para darle más encanto, resulta que este colectivo está tomando sistemática toda las pautas relaciones que ya se han demostrado venenosas en el resto de la población. Tras esta puntualización continuemos con los roles. En una banda cae la protección viril, el control y la obtención de los recursos. En otra, la satifacción de las necesidad, la sumisión y la administración doméstica. Los estereotipos heterosexistas siempre van a en este cauce. Hombre maduro bien situado que está con chica afanosa y sensible. Joven aventurero que rescata a princesa en torre. O la concreción real, hombre que trabaja fuera y mujer que cuida del hogar. Así son las exigencias del guion social con la consecuente irrealización de las personas que integran la relación.

Este juego del amor toma una serie de exigencias de facto, que viene a concretarse en los celos. Los celos a nivel emocional suponen el miedo a perder el cariño y aprecio de una persona por la presencia de otra persona o incluso alguna actividad. A nivel de actos, se concreta en la apropiación de la capacidad de decisión del otro@ miembro de la relación por parte de la persona celosa. Es decir, se toma el privilegio de decidir que puede hacer, decir, comentar, vestir, etc la otra persona. Con esto pretende reducir la tensión que le produce el miedo a perder a la persona aunque en el trayecto somete la voluntad de su pareja. En más casos de lo que resultaría sensato, el miedo real no es perder a la persona, sino perder la relación y la pseudocomodidad alcanzada en la misma. Esta forma de actuar se cimienta sobre algunas creencias:

- El amor dura toda la vida

- Existe una mitad para mi y debo encontrarla para realizarme

- Si me ama tiene que disfrutar más conmigo que con nadie

- Si me ama debe de pensar en mi constantemente

- Si me ama debe demostrarme constantemente que se preocupa por mi

- Si me ama debe de creerme siempre diga lo que diga y haga lo que haga

- Si me/le ama/o debe/o sacrificarse por mi

- Si le amo, debo de ser solo yo quien le de lo que le haga falta

- Si me ama debe hacerme caso en lo que le diga

- Si me/le ama/o debe/o saber en todo momento lo que necesita y piensa


Este conjunto de axiomas se suelen aceptar por si mismo, sin cuestionarlos ni tomarlos a revisión. Unos instantes de reflexión sobre los mismos lleva a cualquiera a concluir que difícilmente son alcanzables e imposibles de mantener y que en la mayoría de los casos conlleva la supresión del sujeto o de quien tiene delante. Por esto mismo, son extremadamente dañinos y desvían la relación y a las personas de su realización más honesta, natural y sencilla. No obstante, están profundamente arraigados en nosotr@s ya que sufrimos un bombardeo constante que pretende convencernos de la naturalidad, conveniencia y hermosura de los celos. Uno de los argumentos más repetidos es que quien no comulga con esta perspectiva, no tiene capacidad de amar y es una persona fría. Realmente es una clara equivalencia a la comidilla eclesiástica que reza que quien no es católico carece de ética y moral. Al fin y al cabo todos estos principios vienen de una fuente común.

Cuestionar la validez de los celos y del modelo de amor clásico en nada apaga los colores de la vida y del Amor. El Amor es una palabra demasiado amplia. Amor es lo que siente un padre o una madre por sus hij@s, lo que tiene quien practica un arte por su obra cuando lo hace con honestidad, lo que se siente en la amistad cuando es verdadera, lo que se siente cuando contempla la obra de la naturaleza, sea en un paisaje o al comprender su funcionamiento. Lo que se siente por una pareja también es amor, aunque la forma de manifestarse sea distinta en todos los casos dichos. Lamentablemente, lo que se nos vende como amor es una versión encorsetada del mismo, atenuada y casi ridícula que nos impide gozar de nuestra propia vida y explotarla al máximo. Una forma de amar socialmente conveniente, concreta y gestionable ( y no precisamente por nosotr@s mim@s).

Todo lo dicho tampoco hace desaparecer el romanticismo. El romanticismo no requiere de todos esos prerrequisitos, solo requiere de una profunda capacidad para conmoverse, dejarse emocionar y tener el contexto adecuado. De hecho, eliminar todos esos axiomas nos salva de la monopolización artificiosa que se ha hecho del romanticismo ¿No resulta llamativo que con frecuencia estas escenas se presentan en lugares caros, exquisitos y exclusivos? ¿Es que solo mediante un servicio caro se puede gozar de las grandes emociones de la vida? Que casualidad que el discurso social nos hable de esa potencia del amor y de su importancia, pero a la vez lo encorsete y nos haga sentir miedo hacia los demás, separándonos y poniéndonos en rutas concretas. Que casualidad que validen y presenten como buenas formas que son, ni más ni menos, control, artificio y consumismo.

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