Desarrollo y retroceso
Las necesidades humanas
son una cuestión bastante compleja. La linea divisoria entre éstas
y los caprichos son a veces difusas y problemáticas. No por menos
básico, el interés que tenga la persona es menos legitimo, pero
seguramente, será notablemente menos fundamental para la propia
existencia y definición. Clarificar esto no debería ser usado para
reducir lo aceptable a un guión empobrecido, pero si para asentar
unos mínimos de convivencia y desarrollo personal. Quedará en manos
de cada sujeto determinar que significados atribuye, que intereses
desarrolla y que modo de vida ejecuta.
Pese a que lo dicho pueda
sonar a obviedad, no lo es tanto. Una falda es un elemento que se
supone que en si mismo nada dice, pero verla en un hombre de lugar a
multitud de comentarios, muchos de ellos nada considerados ni
agradables. Solemos dar ciertas cosas por sentadas, principios
supuestamente básicos y difundidos de una sociedad que son
mantenidos y respetados. Libertad, apoyo, cooperación, respeto,
tolerancia... Sin embargo, tanto nuestras relaciones intrapersonales,
interpersonales y, por supuesto, estructurales (legales y políticas),
están atiborradas de planteamientos y actitudes que socavan estos
"principios inalienables". Nuestra cultura, como todas,
tienen a perpetuarse a si misma, y en nuestro caso, nos encontramos
con una sociedad tendente al garantismo, a la búsqueda de una de una
desaforada búsqueda de seguridad. Lamentablemente, esta
sobrefocalización, que sería perjudicial de todos modos, no se
centra en esas bases, si no en la perpetuación y en la evitación
del peligro. Nuestra sociedad, y por lo tanto, la mayoría de
nuestras acciones como sujetos, no se enfocan hacia la promoción y
la expansión de aquello que pueda haber de bueno, si no en el
control y el castigo de cualquier cosa que se pueda suponer como mala
o desestabilizadora del sistema y las relaciones.
Todo esto nos conduce a
una polarización de absolutos, lo bueno y lo malo. Desde luego, la
creación de reglas, incluso las más duras y dracónicas, han
ejercido un papel fundamental en la supervivencia de nuestra especie.
Quizás no hayan sido las mejores o las explicaciones que se les han
dado al porqué de su existencia no sean las más literales. No es
necesario entrar en una discusión sobre la pertinencia ética de las
perspectivas del pasado, ya que la posición desde la que dictáramos
nuestro juicio está totalmente fuera del contexto en el que
surgieron. Dando un paso más allá, se podría afirmar que es perder
el norte, ya que el presente tiene bastante cosas que resolver y
corregir como para enmendar los libros de historia. En lo que nos
rodea encontramos suficientes situaciones de abuso, desconcierto e
incoherencias. Aunque la mayoría de estas circunstancias proceden
del pasado, la solución no está en sentenciarlo, si no en conocerlo
para saber que procesos están participando del presente y así
corregirlos desde su raíz.
Tenemos una idea bastante
concreta de que hay que hacer para traer el "bien" al
mundo. Todos estas acciones se articulan sobre tres ejes:
acumulación, gozo y seguridad. Participamos como sociedad en una
visión del mundo como una máquina que avanza irrefrenable hacia una
mejora constante, que soluciona y solucionará todos los problemas de
la humanidad y el sujeto. Por suerte o por desgracia, esto no es
cierto para nada. Las técnicas, la tecnología y el conocimiento es
cierto que se expanden increíblemente, apilando y recombinando los
avances anteriores, creando una posibilidades inimaginables para la
mayoría hace diez años. Pero aquí comienza a flaquear la idea de
progreso. No todo el mundo accede por igual (incluso ni si quiera
accede) a estas mejoras cotidianas. Si esto no ocurre, es decir, que
no toda la humanidad accede a los avances de la humanidad ¿qué está
ocurriendo? ¿como el ser humano no se beneficia del avance humano?
Dos respuestas se antojan como posibles y complementarias.
Por un lado, nuestra
forma de abordar la realidad desde criterios cerrados y estancos,
siempre agrupados en las columnas de "bien/mal",
"correcto/incorrecto", nos separa continuamente de la
experiencia, el aprendizaje y la sensación de unión a lo que nos es
notablemente semejante. No es que no existan comportamientos
realmente reprobables y otros celebrables, si no que hemos intentado
colocarlos todos bajo uno de estos estandartes. Con este proceder,
sin tener conciencia de ello en muchas ocasiones, clasificamos, ya no
a las conductas (pues se suele considerar comportamiento y persona la
misma cosa, otro error común), si no a las personas. Con esto,
terminamos creando jerarquías de individuos o colectivos más o
menos correctos/incorrectos y buenos/malos, con lo cual, al oponerlos
al "Bien" y a nosotros/as mismos/as, le vamos arrebatando
humanidad, dignidad y derechos. Si algo está demasiado lejos o no
comparte nuestra buena cualidad humana, en el mejor de los casos, lo
hacemos desaparecer y en el peor, intentamos destruirlo.
Por otro, esa linea de
desarrollo, ni es la única, ni todas se someten a ellas. Podríamos
considerar tres vertientes; filogenética, ontogenética y social. La
primera, es la evolutiva, la transformación de los organismos a lo
largo de las eras, dándole las formas y funciones que conocemos en
la actualidad. La tercera, es la que hemos estado comentando más
arriba. El conjunto de perspectivas, herramientas, técnicas,
conocimientos y formas relacionales que un grupo humano ha
desarrollado a través del contacto con el medio y otros grupos. La
sociedad, la cultura, es una construcción que pretende ajustarnos al
entorno. Cuando las amenazas del entorno son superadas, se
desarrollan apartados relacionados con el ocio y todo lo que ello
conlleva. Multitud de sociedades y culturas han aparecido,
desaparecido y se han mezclado a lo largo de nuestra existencia como
especie. Desgraciadamente, por la propia tendencia humana a la
reconfirmación y perpetuación ha hecho que abordemos amenazas no
letales como si lo fueran.
Por lo expuesto en el
párrafo anterior, la vertiente ontogenética, la que habla de la
historia personal y el aprendizaje, es la más olvidada. Habitando
dentro de una cultura garantista fundamentada en la acumulación, el
gozo y la seguridad como fundamentos vitales, ya estamos
preorientados a ciertos tipos de vidas. Evitar el dolor, la pérdida,
el fracaso, los errores, el miedo, la tristeza y cualquier otra
situación o emoción afín, negamos más de la mitad de nuestro
campo experiencial. Que los dictados culturales nos obliguen a
orientarnos al reconocimiento social permanente, la adquisición de
poder, atributos físicos y comportamentales concretos, pertenencia a
colectivos aceptados socialmente y participar de contextos designados
como deseables, hacen el resto del juego. Expresado de otra manera:
"Esto es lo único que merece la pena que consigas, perderlo te
restará legitimidad y debes hacerlo sin caer en ninguna de estas
cosas, porque eso te haría perder legitimidad también". Se
hace muy difícil con estos planteamientos cualquier otro enfoque.
Aunque evolutivamente
tenemos unas herramientas extraordinarias y únicas (como otras
especies animales y vegetales) y a través de las construcciones
sociales nos hayamos adaptados a cualquier medio físico, parece que
no nos hemos ajustado para nada el hecho de vivir. La creencia ferrea
de que más es más nos está destrozando, al querer mejores casas,
mejores moviles, mejores cuerpos, mejores parejas... Puede sonar
escandaloso que se critique algo por querer hacerlo "mejor",
pero la cuestión está en que se considera que algo lo es y porqué.
Hay que recordar todo ese bagaje cultural, esas imposiciones sobre lo
correcto, que realmente nos perjudican, preocupan y desorientan. Esto
nos devuelve al principio de este texto. Hemos asimilado como
necesidades de vida o muerte cosas que muchas veces ni si quiera nos
importarían de base. Ideas tan clásicas como que si estás
interesado por algo o alguien, el sufrimiento que sientas revelará
en que grado realmente te importa. Lo curioso, es que esta forma de
afrontar las cosas a través de la preocupación ha demostrado ser
inútil para conseguir lo que queremos, y que en muchas ocasiones,
hasta nos dirige a la dirección opuesta. Y con esto, nos ocurre con
multitud de cosas.
La paradoja en esto, es
que, pese a que tenemos todos los recursos nombrados, se nos ha
olvidado que la experiencia de cada sujeto es única y que se inicia
al nacer. Parece que presuponemos, que al avanzar la tecnología y la
perspectiva de la sociedad, se crea un punto de inicio superior a
otras etapas en la que las personas nacen con cualidades mejores a
las que vinieron antes que las anteriores. Aunque ahora usemos ideas
como tolerancia, respeto, integración, etc, son términos vacíos si
no se abordan desde una experiencia propia y genuina. Todo desarrollo
en cualquier ámbito queda estéril en gran medida si no se integra
la dignidad y el aprendizaje del individuo en el. Nuestra
constitución genética, más que probablemente, será exactamente
igual que la de cualquier persona del medievo, por lo que nacer en
esta época no nos hace emplear realmente todas las herramientas de
las que disponemos. La cuestión está, en que, enfocados en el gozo,
la seguridad y acumular, atendemos permanentemente a anclas externas
que nos debilitan y hacen vulnerables a cualquier mínima cosa que
socave la consecución de esos principios.
Hemos invertido un
esfuerzo notable en el aparataje técnico, pero hemos ido abandonando
cada vez más la atención a las ramas humanísticas y nuestras
verdaderas e íntimas necesidades naturales ¿De que nos sirve
"someter" la naturaleza (triste e imposible intención
esta), conocer la composición de las estrellas o el funcionamiento
exacto de cada neurona del cerebro si somos incapaces de llevar una
vida que realmente nos resulte satisfactoria?
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