Psicólogos, violencia y centros escolares

Los centros escolares son la base de nuestra sociedad, el lugar donde los sujetos aprenden las normas y estilos que de forma casi inmediata han de poner en práctica. Hay que tener cuidado en este primer punto, ya que da da fácilmente al equivoco. Al decir que en la escuela se obtienen los recursos y formas para la vida del ciudadano, podríamos inferir que en esta se enseñan los valores más altos de nuestro acerbo cultural, tales como la justicia, el buen trato, la tolerancia, la entrega a la tarea, la empatía y otros términos del civismo y la Humanidad. Pese a que esto sería lo más deseable y en los planes de estudio (o en los perfiles de egreso de las Universidades, que no son sino uno de los últimos escalafones de la educación) se valoren y se haga hincapié en su transmisión al alumnado, la realidad es bien distinta. En la práctica, la escasa formación del profesorado, las complicaciones surgidas de los procesos burocráticos y los tanto frecuentes como nocivos cambios en los guiones generales sobre educación, llevan a un profundo desconcierto y desánimo en la comunidad educativa. Como trasfondo encontramos las complicaciones que surgen de ciertos hábitos y circunstancias, como el nivel socioeconómico y cultural en el que se pueda emplazar un grupo escolar concreto.

Con este panorama, difícil, pero no impracticable, debemos plantearnos una nueva reestructuración sobre los modelos y prácticas educativas en el que los diversos niveles de la comunidad se armonicen, estableciendo un foro participativo en el que cada parte sepa cual es su función y como desempeñarla de un modo sencillo, armónico, productivo y realizador. Debido a que por falta de habilidades y conocimientos no puedo realizar una valoración completa de toda la estructura implicada, será mas útil centrarnos en la cuestión de la complementariedad entre la función del psicólogo y la del profesor. En primer lugar, el profesorado actual es un sujeto supuestamente diestro en el manejo de un área de conocimientos más o menos concretos (como ocurre con el psicólogo y sus habilidades), pero en su formación no se ofrecen unas herramientas capaces de satisfacer la adquisición y elaboración de conocimiento por parte del alumnado. Se podría decir que su capacidad se establece en el que transmitir, pero no en el como hacerlo. Con el psicólogo ocurre justamente lo contrario, careciendo de los conocimientos a transmitir, conoce las vías y procedimientos con los que lograr un aprendizaje efectivo y satisfactorio. Los beneficios de la mutua colaboración ni siquiera necesitan ser explicados, no obstante, sería más razonable abogar por la aportación de la psicología en pasos previos, dando lugar a una formación integral del profesorado.
En segundo lugar, las artes de la mediación resultan altamente complejas y resulta del todo necesario contar con especialistas cualificados en los diversos organismos y comunidades. En la cuestión que nos atañe, la figura del mediador y consejero que puede y debe aportar un profesional de la psicología es fundamental y ningún otro especialista se encuentra preparado para cumplir con esta labor. Siendo la psicología la ciencia encargada del estudio integral del funcionamiento del ser humano, encontramos en sus ramas social y educativas las bases en las que sustentar la formación de un experto en las técnicas de coordinación, mediación y apoyo en circunstancias de conflicto y tensión. Tal y como ocurre en el ámbito psicoterapeútico, el psicólogo es entrenado en el desprendimiento de uno mismo, pero sin abandonar la genuinidad, de forma que se puede convertir en un juez o coordinador imparcial, que comprenda y auxilie a las partes implicadas sin que ninguna sienta incomodidad ni agravio comparativo alguno.

Aunque se han ensalzado las habilidades hipotéticas y que deberían ser del profesorado y de los profesionales de la psicología, encontramos en la práctica otra serie de cualidades y circunstancias que tuercen esta concepción. En palabras breves y honestas, la prepotencia “defensiva” que es frecuente en sendos ámbitos dañan las bases de la participación y la confianza que es requisito indispensable para cualquier trabajo colaborativo. Añadamosle a ésto la pereza que parece consustancial a nuestra sociedad y que en términos humorísticos los ciudadanos de a pie han sabido resumir bastante bien; “Vamos a jugar a los funcionarios, el primero que se mueva pierde”. La acomodación y el clientelismo son también una base para propiciar una rica cantera de pseudoprofesionales desinteresados por sus tareas, que careciendo de toda vocación solo buscan un lugar tranquilo donde aposentarse y levantar su feudo. Los factores citados son los que juegan y ganan la partida. Profesores bien intencionados que no saben como impartir sus clases y que se encuentran con el inmovilismo del resto de compañeros, psicólogos formados en concepciones reduccionistas, la falta de preparación o el miedo al intrusismo son algunas de las tónicas del sistema escolar. En este ambiente de apatía general y conservadurismo recalcitrante se educa al alumnado.

Las que podría considerarse las últimas de las bases para el mal funcionamiento son el sentido de clan y la adquisición parcial del sentido de la democracia. Estas problemáticas guardan más relación con los valores mantenidos por la familia. La democracia viene siendo últimamente entendida como una carta blanca para que cualquiera pueda hacer lo que quiera cuando le apetezca, guardando todos los derechos pero ignorando las obligaciones que son parte de la misma, denunciar el robo pero practicarlo, criticar la intolerancia pero llevarla a cabo, reclamar el derecho a ser protegidos pero desproteger al resto. Esto mismo está en relación con lo que se podría denominar “sentido de clan”(una forma de lo que se llamaría técnicamente endogrupo-exogrupo). Se fomenta en nuestras familias un ambiente de doble moral, que propugna el bienestar de todos, pero que a efectos prácticos reclama para si todo cuanto tiene delante y no deja nada para aquellos que están fuera del circulo familiar y de amigos. Es más, cualquier gesto dirigido a favorecer a alguien ajeno a este grupo en lugar de a uno de sus integrantes se encuentra mal visto y es censurado duramente. Este es el discurso del pisar para no ser pisados, en el que la familia tiene una suerte de caridad para con los otros pero que no tiene problema ninguno en maltratar lo que es ajeno a si mismo si resulta conveniente. Esta forma de vivir la vida resulta extremadamente difícil de mantener, ya que entre esta visión y el egoísmo absoluto hay solo un paso. Cuando el niño contempla que cualquier cosa vale, que cualquier contradicción puede ser mantenida si con ello uno se beneficia, esto se vuelve contra la propia familia. Si combinamos esto con cuestiones como el total desconocimiento que manifiestan una gran número de padres acerca de como educar a su hijo (en el sentido más simple de reforzamiento-castigo, fomento de la autoestima o transmisión de afecto) obtenemos a un sujeto desmotivado, agresivo y egoísta.

Las vertientes explicadas desembocan en instituciones educativas en las que los profesores se habitúan a ignorar los conflictos para no ser parte perjudicada al enfrentarse a los niño, o incluso a los padres. Estas conductas son en sí reforzantes para los niños agresivos, que logran sus metas obteniendo el respeto y atención deseado. Sin necesidad de llegara estas cotas de violencia, en otros ambientes más favorecidos encontramos que es el profesorado quien sigue unos modelos coercitivos en su enseñaza diaria, tales como la desaprobación pública y en algunos caos la burla.

Por todo esto resulta fundamental que profesionales de la psicología bien formados en los ámbitos de la educación y la mediación participen en los conflictos y ayuden tanto al profesorado como al alumnado como al AMPA a elaborar una nueva perspectiva frente a los desencuentros, evitando que el conflicto llegue a mayores e incluso aporte en positivo al autoconocimiento y la convivencia. En última instancia, esta es una tarea a nivel microsistemico más fácil de solventar que esperar a que los partidos políticos decidan dejar de jugar al ajedrez con las vidas y consciencias de los ciudadanos y lleven a término leyes y reformas eficaces para hacer de nuestros ciudadanos sujetos íntegros y autónomos.

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