Reflexiones en un sofá

El amor es lo más importante de todas las cosas, pero el significado de la palabra amor ha sido pervertido hasta límites insospechados. Amar no es vivir en una película de Disney saturada de rosas y azul pastel con un príncipe azul y valeroso o una princesa rosa y mojigata, es algo vivo y fuerte que se puede sentir en cualquier cosa de nuestro alrededor, y también hacia nosotros mismos. El amor hacia uno mismo se ha demonizado, convertido en un pecado mortal por ciertas perspectivas religiosas. Éstas han transmutado una estancia en un mundo que por si misma está llena de color y matices, en una suerte de Purgatorio, un lugar en el que reservarse de la felicidad y la alegría para merecer en un futuro incierto, un lugar de vida después de la vida que no es vida. Perdido el abanico de posibilidades en base a establecer una categorización de lo bueno y lo malo por encima de las necesidades e intereses de las personas, el mundo se vuelve negro, gris y blanco, sin más, lo malo imperdonable, lo malo perdonable con penitencia y lo bueno con sacrificio. Y la vida humana de ser vibrante y llena de entusiasmo se convierte en un erial, en el que todo resulta como masticar polvo y ceniza.

Negarse a si mismo el respeto merecido es el principio de una larga lista de males. Si no encuentras primero el amor en ti, te lanzarás en una carrera salvaje por la vida en la que buscarás desesperadamente algo que te llene un instante o que te haga los días más cortos. Vivirás solo para jugar a esos juegos, ir a esas fiestas, acostarte con tales personas, estar con tales parejas... todo en una permanente búsqueda del olvido, donde podrás no mirar hacia ti, porque el vacío interno es tan grande que el abismo te aterroriza y no te sientes capaz de llenar los huecos. Todo es un instrumento para intentar taparlos, incluso las demás personas. Solo instrumentos, muñecas que tener cerca para abrazarnos cuando llega la noche y que abandonar a las claras del día. Y esa forma de usar a lo demás nos envilece, nos convierte en lobos hambrientos de amor que temen a su vez ser devorados por otros y que los agujeros se hagan demasiado grandes.

Horas vacías, trabajos vacíos, aficiones vacías, relaciones vacías... pero lleno de significado y de posibilidades. Sentir ese hueco, ese miedo que paraliza el desarrollo vital del ser humano y que los convierte en temerosas criaturas expertas en huir, es la misma cura para la enfermedad. Las heridas se mantienen abiertas por nuestros prejuicios, nuestras categorizaciones fijas de lo que se debe y no se debe hacer, de lo normal y lo extraño que actúan como garfios de metal que mantienen las aberturas que se cerrarían por si mismas si nada las obligara a permanecer así. A través de las imposiciones sociales nos convertimos en nuestros propios verdugos, aprovechando la gran gama de herramientas que nos surte generosamente nuestra cultura.

El bienestar está a solo un paso y los gritos de amor hacia el mundo y de terror por lo que nos perturba nos rodean. Las religiones, el arte, las relaciones personales, las filosofías de vida, la literatura... todos nos hablan de ciertas verdades que solo nosotros podemos interpretar desde nuestro punto de vista único, intransferible pero comunicable. En esa pasión honesta, sincera y alegre que nos despiertan ciertas cosas de la naturaleza, nosotros mismos y las demás personas está la base para descubrirnos y empezar un viaje que nos conecte con lo que realmente deseamos y que ineludiblemente está relacionado con el cuidado y amor hacia los demás.

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