Milagros y la desacralización del mundo.

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La perspectiva del mundo ha cambiado a lo largo del "desarrollo" de la humanidad. Durante miles de años, las creencias de nuestra especie se asentaron en el animismo. En consecuencia, la naturaleza era respetada, honrada y servida. Todo estaba cargado de significado y poder. La transformación de esta perspectiva al politeísmo, solo concretó las funciones de ciertos grandes poderes dentro de ese rico Cosmos. En gran medida, esto deriva de la personificación de apartados de elementos naturales, lo cual lleva a crear panteones extraordinariamente amplios y ricos, como es caso del egipcio. Al contrario de lo que solemos entender, debido a que mayoritariamente suponemos que los códigos de creencias de otras culturas son malas aproximaciones a la bondad de la nuestra, ese panteísmo no era una construcción caprichosa. Los relatos de deidades, espíritus y dioses pretenden dar una explicación sobre el funcionamiento del universo. En la mayoría de casos, suponía también un ejemplo de ética en los conflictos y una advertencia ante los peligros. Estos no surgían de la nada, si no de la interpretación surgida en la interacción del ser humano con su entorno. Por supuesto, desde época muy tempranas el componente religioso ya se implicaba en la explicación de las división en castas o en la explicación del poder. Este es el caso, por ejemplo, del hinduismo.


Aunque la opresión es una clave reiterativa en la historia y pocas creencias se libran de esta mácula, la aparición de los monoteísmos se llevan la palma. No solo en el sometimiento y jerarquización de los colectivos, si no en la desertización del plano espiritual y creativo. Frecuentemente lo que impulsa la aparición o el desarrollo de este tipo de creencias excluyentes es la adquisición de poder. La reforma religiosa de Akenatón, la consolidación del judaico para unificar Judá e Israel, el control del Norte de África en el Islam o la conversión del cristianismo doctrina oficial en Roma para mantener vivo al Imperio. Este tipo de creencias, que por estar aliadas con el poder político y militar ha triunfado en buena parte del mundo, marcan un punto de inflexión radical respecto a la perspectiva anterior de la realidad. Este no es otro que la escisión de la realidad en dos planos, espiritual y material, contrapuestos. Mientras que las vertientes explicativas dualistas tradicionales los solían tratar como integrados y codependientes, los monoteiímos los convierten en adversarios. Esto no significa que todas las perspectivas asumieran esta diferencia entre sustancia corporal y espiritual, como se puede atisbar en los orígenes de la religión egipcia, japonesa o incluso en el taoísmo.


La configuración antagónica de cuerpo y alma, la asimilación de lo primero con el mal y lo inútil y los segundo con lo bueno y lo útil, es la base de la desacralización de la realidad y la necesidad de los milagros. Por su puesto, esto implica obligatoriamente un antropocentrismo exagerado, ya que el ser humano es el único dotado de alma, que es lo trascendente y puro. La visión que imponen los monoteísmos crean un infierno terrenal, en el que todo goce o libre acción es pecado. La renuncia a este plano de existencia es la clave para alcanzar tras la muerte la felicidad perpetua en el mundo esencial de Dios. Así, son la obediencia, el sacrificio y la muerte los tres factores indispensables para alcanzar la felicidad en la otra vida. Ese Más Allá ha de garantizar la explicación de la estancia en este mundo, que se considera penosa, terrible y dolorosa. Quedando del todo clara la frontera radical entre un mundo y otro, el único bálsamo para este sufrimiento es que lo sublime, lo trascendente, se manifieste. Esto es el milagro, la esperanza de una señal del Paraíso, la chispa de lo sagrado en un mundo profano.


En esta visión dicotómica surgen las grandes filosofías y ciencias de occidente. Partiendo de la perspectiva de un mundo yermo, sus investigaciones solo pueden explicar los mecanismos que la rigen. Las riendas de los poderes de las jerarquías monoteistas intentan controlar este caballo que finalmente se les desboca. La propia Iglesia es la que cavó su propia tumba, pues si a los humanos vulgares solo les queda la experiencia del aquí y la del allá solo los sacerdotes la controlaban ¿porque iban a creer en ello? La ciencia desde esta perspectiva prospera notablemente, ya que pueden contrastar sus hipótesis con la experiencia directa. La espiritual no, ya que los medios y el control de la Iglesia limita lo divino a sus pautas. Aquellas creencias alternativas que sobrevivieran del pasado o que surgieran son consideradas blasfemias y herejías por su parte y como superstición por la ciencia. En ese momento toda explicación holística de la realidad y dotada de significado para las personas solo tenía la opción de quedar en manos del catolicismo, pues la ciencia se dotó a si misma de la capacidad de dar explicación a los fenómenos concretos, pero no a la existencia en si.


En este punto, surge el cientificismo, la nueva religión que se reza en los laboratorios y que quiere lograr el monopolio explicativo sobre el mundo. Lo material no es solo material, con todos los atributos otorgados por la ideología heredada (la inteligencia por encima de la emoción, el estudio por encima de la labor manual, el experto por encima del aprendiz y la mujer sigue siendo algo inferior, como añgunos científicos en ciertos momentos quiso demostrar), sino que pasa a ser mecánico, prediseñado y preprogramado. Empleando la autoridad de una versión falseada y fanática de la ciencia, despoja de profundidad y sentido a la realidad, dicta sus estudios como palabra de verdad y en ella no cabe ese plano espiritual ajeno a lo palpable. Es curioso que aunque en esta lógica no cabe sentimiento de superioridad alguno para el antropocentrismo, el cientificismo lo asienta en la base de sus creencias, tomando al humano como máximo escalafón de la escala naturae y creyendo que su mente es capaz de alcanzar la Verdad en la realidad. Sin remedio ni esperanza, la realidad se convierte oficialmente en un yermo. A diferencia de lo que ocurría en tiempos en las epopeyas griegas, nórdicas, celtas, mayas o hindues, donde no era necesaria, siendo la pauta habitual lo maravilloso y sagrado, la palabra "milagro" acabará de consolidarse de forma definitiva, siendo además la Iglesia quien debe validar su realidad y pertinencia. El motivo es bien sencillo: siendo el mundo un lugar despojado del espíritu, aquellos que conocen ese plano son quienes deben gestionarlo, para así no perder su poder sobre la explicación profunda de la realidad. Por su puesto, el cientificismo corre a desmantelarlos para garantizar y demostrar que nada se escapa a su concepción materialista, que paradójicamente necesita del concepto de lo espiritual para poder definirse así.


Despojada de la posibilidad de una explicación propia y autogestionada, la humanidad vaga perdida en si misma. Su vacío es llenado por supuestos placeres y necesidades sin fundamento, cuya base realmente está en la ideología opresora y desnaturalizadora de los monoteísmos. Quienes están tras las grandes corporaciones y políticas aprovechan este desconcierto para hacer suyo el mundo, el cual pueden saquear ya que al no haber un sentido ético, todo es válido. Actualmente, multitud de movimientos que se amparan en concepciones éticas y filosóficas intentan romper con esta visión mecánica y descafeinada del mundo, pretendiendo además no seguir la pauta de los monoteísmos al crear sus alternativas. Un ejemplo de ello se encuentra en los movimientos vegetarianos y en defensa de los animales. En esta iniciativa social se asienta una enorme paradoja, pues pretende explicarse constantemente a través de los argumentos de autoridad de la ciencia, cuando la motivación de fondo suele ser un sentido de hermanación y similitud con el resto de animales o la correspondencia casi chamánica de la asunción de que comer muerte genera muerte. La ciencia, curiosamente no escatima en el uso de animales no humanos para sus experimentos, aunque cierto es que estrictas regulaciones pretenden garantizarles cierta dignidad. Este vacío es el mismo que perpetúa tradiciones que la gente sigue ciegamente pero que ni comprende ni tiene interés de hacerlo. Un clavo ardiendo es mejor que caer al vacío de la incertidumbre, pues como bien dicta uno de los preceptos de esta cultura, la incertidumbre es una demostración de debilidad y de poco criterio, por lo tanto quien tiene incertidumbre es poco estable y confiable.


Mientras que nos mantengamos dentro de estos desvaríos, bien defendidos y respaldados, nuestras vidas seguirán siendo presas de la esclavitud, el malestar y la violencia. Solo cuando descubramos que la única verdad se encuentra en nuestra experiencia y que en si misma la existencia es una maravilla indescifrable, podremos prescindir de las tiranías y los milagros.

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